Coroneta

Coroneta
Una coroneta cortada per la mitá
COMO VEYÉ LOS ESCRITOS
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domingo, 25 de diciembre de 2011

El baúl de lo imposible

Un cuento dirigiu a los más menudos. Hoy que casi toz los chuegos no desarrollan demasiáu la creatividá, quiere sé una goteta en este mundo de los críos, que les n’endan casi to feito.


Érase una vez, fa muchos, muchos años; cuan España estaba dividida en trozos (Reinos, Condados, Taifas y algunos amos más de per aquí y per allá), ñabeba un Señor muy rico, muy rico, que mandaba en pueblos, villas y ciudades; teniba muchos siervos y vasallos. Se llamaba Don Fabrique Téllez de Montearagón. Estaba casau con Doña Gumersinda de Borgoña y viviban en un palacio grandísimo. Teniban un hijo que se llamaba Beltrán y lo criaban y educaban pa qu’algún día, cuan ellos se fesen muy viejez, heredase toz los suyos dominios, que como tos he dicho, eran muchos.

Palacio

Este matrimonio tamé teniban una hija más chicota. Se llamaba Blanca y era una preciosidá de criatura; graciosa, simpática y traviesa como toz los críos.

A su pare, Don Fabrique, se le caeba la baba con ella y le daba toz los caprichos y tamé le concedeba toz los deseos que se l’antojaban.

Su mullé, Doña Gumersinda, siempre le diba:

            —Mirad, esposo mío, que le estáis dando demasiados caprichos a nuestra hija y la estamos mal criando.
            —¡Ay mi Señora! Quizás tengáis razón. ¿Pero cómo puedo negarle aquello que me pide, con ese encanto tan natural que atesora?

Así van i pasán los años y Blanca creceba y se feba una doncella guapísima. Toz los caballeros solteros que la conoceban quereban casase con ella, perqu’además de se muy guapa sus pares eran muy ricos y al contraé matrimonio la dote sería muy gran.

Doncella

Sus pares le van di un día:

            —Amada hija, ya va siendo hora de que entre todos estos caballeros que te pretenden, escojas a uno para ser tu esposo.

Ella como era muy feliz y estaba muy contenta vivín con sus pares, no teniba ningunas ganas de casase y le va di a su pare:

            —Padre mío, yo solo me casaré con aquel caballero que me traiga un Milandro que cante y que baile.
            —Hija, ¿Pero qué es eso tan raro que pides?
            —Padre, si algún caballero me ama por mi misma, buscará por el mundo entero hasta descubrir y encontrar lo que yo quiero. Debe ser él quien averigüe lo que yo deseo y así me demostrará su amor.

Su pare se va quedá un poco amuinau; pero como siempre l’habeba concediu to lo que quereba, va mandá mensajeros per toz los rincons del reino y de los reinos vecinos, esplicán cual era la condición que meteba su hija pa casase.

Van llegá muchos caballeros lleván las cosas más normals y tamé las más estrambóticas del mundo, habé si aquello era lo que Doña Blanca quereba: Cardelinas, alondras, mirlos, crabas, onsos, monos, elefantes y hasta una culebra cobra de la India. Esto en cuanto animals; pero tamé le van traé: Juglares, trovadores, saltimbanquis y hasta una gitana que cantaba, bailaba y tocaba la pandereta.

Gitana

Pero ella siempre diba lo mismo: Si solo cantaba, que no bailaba; si bailaba que no cantaba, y si cantaba y bailaba que no era un Milandro.

Don Fabrique ya'staba perdén la confianza de qu'alguno podese satisfacé los deseos de su hija. Pero un buen día va llegá a palacio un elegante y apuesto Caballero con una carroza tirada per cuatro caballos bllancos. Estaba engalanada con sedas, cintas, encajes, almadons de pllumas, y to clase d’adornos en mil colós. En el centro de la carroza, iba un baúl precioso, con incrustacions de pedrería, cantoneras de oro y cerrallas de plata, y le va di a Doña Blanca:

            —Aquí, dentro de este baúl, os traigo aquello que tanto anheláis, un Milandro que canta y que baila.

Caballero

Va encargá a unos criaus que descargasen el baúl y lo llevasen al salón principal del palacio.
            —Bien, voy a abrirlo para verlo—Va di Doña Blanca.
            —¡Ah, un momento!—La va frená el Caballero—Si queréis abrirlo se debe desalojar antes el palacio. Que todos los soldados que lo custodian y todos los criados que os sirven, se alejen una distancia no inferior a la que alcanza una piedra lanzada con honda. También deben desalojarse todas las casas y viviendas que rodean el palacio. Yo no puedo garantizar que todas estas personas estén a salvo, si se abre el baúl.

Doña Blanca se va quedá petrificada, y como é natural sin atrevese a’brilo p’el miedo a que pasase lo que le diban.

Entonces va intervení su pare:

            —Mi muy amada hija, este Caballero te ha traído aquello que deseabas, por lo tanto, tu ahora debes cumplir con tu palabra dada y casarte con él.

Y así va pasá, se van casá y s’en van i a viví al palacio d’aquel Caballero, que tamé era muy rico, casi tanto como Don Fabrique. Se van llevá el baúl, que ninguno se v’atrevé a abrí.

Van i pasán los años. El matrimonio no va sé de los más felices; pero tampoco de los más desgraciaus. Van tení hijos y nietos y biznietos y ya cuan se van fe muy viejez, pos se van morí.

Muchos años después de to esto que conto, un biznieto u quizá tataranieto de Doña Blanca y su marido, v’abrí el baúl cuan ya s’habeba perdiu la memoria de perqué estaba cerrau, y dentro....... ¡No ñabeba nada, estaba vacío!

A toz mis güenos amiguez qu’haigaz leiu este cuento, una cosa quereba añadí: Cuan tos encontrez con un problema que paezca qu’é difícil de solucioná, intentaz rebuscá y a lo milló con una miqueta de inteligencia, la solución no é tan complicada.


                                                                                              Francho Chardiz

lunes, 14 de noviembre de 2011

La caja de nacar


Este maitino, cuan m’he despertau, he teniu la sensación qu’habeba soñau algo muy majo, muy “placentero”. He intentau i tiran del filo habé si podeba recordalo. Poco a poco he iu ven qu’en realidá no era un sueño. Se vei qu’en ixe duerme-vela en la que a veces se cae, estaba recordán un cuento que m’esplicaba mi agüela cuan yo era muy chicó y me diba que a ella, ya l’en habeba esplicau la suya agüela, cuan era una crieta.

La Carrodilla con los porches, la pllaceta y los balcons de "La Casa los Amos"
Poco más u menos diba así:

Ñabeba una vez, fa muchos años, una familia d’ermitaños en la Carrodilla que la formaban el matrimonio y cinco hijos (tres zagals y dos zagalas). Tamé estaban con ellos los pares d’él y dos tíons d’ella. A más, ñabeba algunos criaus, como pastós, boyeros, mozos de mula y algún qu’otro, que tamé viviban  allí.

Entre toz cuidaban la’rmita y la Casa los Amos y a más treballaban las tierras y sacaban aván los rabaños prou grans de güellas y crabas que teniban.

En esta foto antigua de la Carrodilla, aún se vei la basa pa abrevá los animals

Uno de los craberos viviba en Estadilla don teniba a la mullé y los hijos. Cada día subiba a soltá p’el maitino y per la noche baixaba a dormí a casa suya. Un día les va subí a los ermitaños un mandau que l’habeba dau la Siña Orosia, dinles qu’aquel domingo subirían con el suyo marido, el Siño Raimundo, a’ncendé una vela a La Virgen per un favor que les habeba concediu y que aprovecharían pa feles una visita.

La Siña Orosia y el Siño Raimundo eran unos parientes lejanos de la familia que viviban en Estadilla y eran de mucho postín.

Aquel domingo van fe fiesta to’l mundo, y después de limpialo y arreglalo to, se van mudá pa’speralos.

El más chicó de los hijos de los ermitaños se llamaba Martín y tendría como cinco u seis años. El crío era un polvorín, no s’estaba quieto ni atau a la pata la mesa. Como era tan tremendo su pare le va dí:

            —Hoy te vas a’stá quieto y callau to’l tiempo qu’estén los tíos aquí...., sino charrarén tu y yo después.

Foto que va fe Xavier Bayle y que no necesita comentario

Ya cerca del mediodía van ve aparecé per allá per la faixa llarga, al tío Raimundo a caballo de la yegua y a la tía Orosia montada en la mula mansa. Los acompañaba un gañán a peu.

Después de fese los saludos que tocaban, las ofrendas a La Virgen y descansase un raté, los van sentá en la preferencia de la mesa del comedó de los ermitaños pa serviles una comida con lo milló que ñabeba en la dispensa.

La Virgen tal como está hoy

To va i muy ben, la comida, el vino guardau pa las grans ocasions, las charradas en la mesa y hasta el tío Raimundo se va fumá un puro

Pero la tía Orosia, qu’era muy llarga, se va’strañá que Martín s’estase tan quieto y tan desconociu. Se le v’acercá y en voz muy baixeta le va preguntá:

—¿Qué te pasa Martín?
—¡¡Que no soy feliz!!

 Martín va contestá ixo, lo mismo qu’habese podiu contestá: “Que quiero corré y chugá” u “Que quiero i a cazá engardixas a cualquier carasol”. Pero nó; le va salí, “¡Que no soy feliz!”.

Entonces la tía Orosia lo va cogé de la mano y le va di:

            —Viene con yo que te voy a contá una historia.

Van salí afuera y se van sentá en el banquilé de deván de la puerta la iglesia, y ésta e la historia que le va contá:


Aquí, deván la puerta la iglesia, se va sentá la tia Orosia pa contale la historia a Martín
“Ñabeba una vez una nina, poco más u menos de la tuya edá, qu’estaba cogén moras pa que le fese confitura su mare.”

“En esto, que vei una caja muy maja en dentro del barcero. Como va podé, con algún esgarrañazo qu’otro, la va cogé y se va quedá miranla. No era pas una caja cualquiera de lata u de madera. ¡No!. Era una caja con incrustacions de nácar, con reflejos de colós cuan le daba el sol. ¡Preciosa!”—Seguiba contán la tía Orosia.

“Ixa zagaleta va queré abrí la tapa a ve que ñabeba en dentro; pero estaba cerrada. Entonces se va da cuenta que del ansa le colgaba una cadeneta con una llave chiquerrina. Va cogé la caja, la va dixá encima de una piedra gran, se va sentá en el suelo y va probá a meté la llave per la ranureta que llevaba la caja...., le va da güelta y....¡clic!, va cedé la cerrala.”

“Con toda la ilusión del mundo va cogé la tapa y la va i llevantán despacio...., despacio...., despacio”

Entonces la tía Orosia se llevanta del banquilé y s’en va’nta’l comedó con toda la familia a seguí charrán.

Una vista de la zona de dentro del recinto

Martín se va quedá pensán y pensán y pensán:

            —¿Que ñabría en dentro de la caja?—Se preguntaba

Se llevanta, s’en v'a busca a la tía Orosia, y le dice:

            —¿Pos qué ñabeba en dentro de la caja?
            —Todavía no lo sabe—le contesta—aun la está abrín.

Ojala toz los que haigaz leíu este cuento, encontrez la vuestra caja y que jamás l’acabez d’abrí del to.

                                                                                  Francho Chardiz

sábado, 15 de octubre de 2011

Hoy matán el tocino

(La “Matanza del cerdo” ha siu desde tiempo inmemorial un momento muy importante en la vida de los pueblos. Se feban muchos preparativos y se consideraba ixe día de gran acontecimiento y de gran fiesta. Ñabeba una razón principal per la que teniba tanta importancia: ixe día se llenaba la dispensa.
Esto que voy a contá trata d'un día en la vida d’un nino de 7 u 8 años, en la primera vez que participa en la matanza y el mondongo, condicionau p’el ambiente que se respira en la suya casa)


La matanza del cerdo.
Escena sacada d'un calendario medieval


Las noches se van fen más llargas y más frías. Ya pronto empezarán a vení los vecinos a pasá las veladas a’lau del fogaril. P’al verano, las comidas y las cenas las fan en el comedó, en la mesa gran. Ahora ya mos metén en la cocina. El yayo y nusatros mos sentán en el banco con los pllatos encima la mesa de “meté y sacá”. (É una  tabla llarga y estrecha que se colga en la paré cuan no se usa y después alguno la “para” cuan el yayo está sentau al cabo de to pa comé). Se mete entre el fogaril y el banco. Los demás, en la mesa redonda del fondo la cocina.


San Martín
Tamé s’acercan las fechas de matá el tocino. Cada noche, desde fa días, se colga el caldero de la pastura pa los dos que s’están engordán. Primero matarén el más luciente, cuan haiga pasau San Martín. El segundo lo dixán pa Febrero. El peso güeno sería entre 8 y 10 arrobas; pero si no llegan, tamé los matarén.

            —Ves avisá a la tía Concha de Casa Juanico y a la Siña Manoleta Lariero, y diles qu’el jueves de la semana que viene matán el tocino—M’ha dicho hoy mi mare al salí de la’scuela.

Estas dos mullés vienen fijas cada año. Las otras mondonguiaderas van cambián segúntes puedan vení u no. Algunas están solo p’el maitino y otras solo per la tarde. Güeno, siempre s’achuntan entre cuatro u seis. Verén este año, ya s’están avisán. Tamé s’ha buscau a la mullé que mos ha de llavá los budillos. Esta faena se fa en un cuarto que ñai en el mismo matadero; pero he sentiu di que con aigua fría. ¡Pobrachas, están en invierno!. Nunca h’entrau en ixe sitio. ¡Fa una pudó…..!

Esta é una tocina con tocinez.
Éstas no se teniban pa fe la matanza, se dixaban que criasen y dixá algunos pa recriá y los otros vendelos

¡Y’ha llegau el día! Mañana matán el tocino. Hoy no s’en ha feito pas de pastura. Esta noche no ha de comé, así tendrá las tripas más limpias. En casa se respira como un aire de acontecimiento per llegá. Las mullés un poqué nerviosas per la faena, yo tamé perque iré con el yayo a fe fuego pa’scaldalo. Los homes más tranquilos.

Hoy le dicho al maestro:

            —Mañana no podré venir a la escuela porque matamos el cerdo.

Él ya sabe que ixe día é de gran fiesta en las casa que se fa mondongo. No ha metiu ningún problema. (A más, alguna coqueta le llegará).

Pronto pel maitino ha veniu mi agüelo a la cama pa llamame.

            —Au, llevántate —me dice— que ya tenín que marchá al matadero.

Me visto a’scape, almorzo un pllato sopas y un güego frito en una basa d’aceite, como a yo me gusta (to ven chafadé), y mon van.

A nusatros mos toca a medio maitino. Ñai ventitantos pa matá hoy.

Aprovechán esta foto antigua de una familia en el Portal de la Fuente, se pue ve el antiguo matadadero tal como era la parte de deván. La puerta gran de la izquierda era la entrada al matadero y la de la drecha a las corraletas.

El fuego se tiene qu’encedé pronto pa qu’el primero tienga el aigua hervín. Los que van detrás tienen que seguí fen-ne. El aigua que se saca pa cada tocino, se tiene que i rellenán en la caldera, y claro, en poco rato tiene que está otra vez a punto pa’scaldá el siguiente.

Los faixos de leña s’han iu traén per cada casa que fa matanza. Se dixan afuera, en la pllaceta del Portal de la Fuente y se van cogén per unos y otros. S’en gasta mucha perque casi toda é delgada y se quema más aprisa.

El tocino nuestro ya'stá en las corraletas. Cuan me veyen a yo per allí, to un crié con mi agüelo.

            —¿Qué viens a’guantá la pata del tocino?—Me dicen algunos sonreinse.
            —Nooo, no tiengo prou fuerza—Les contesto—Solo ayudá al yayo a fe fuego.

Pronto me canso. El cuarto don está el fogaril y la caldera é muy chicó y como se fa mucha fllamarada con la leña delgada….., no se pué aguantá la caló.

El siguiente el nuestro. Han baldeau con galletas d’aigua el suelo pa dixalo limpio de sangre y porquerías del tocino d’avans. Ha quedau que s’esllisa mucho. Te puez pegá un culazo como no veigas con tiento. Ya ha llegau la tía Concha al matadero pa cogé la sangre en un cacharro. (Servirá pa fe las coquetas negras y las morcillas). Toz los años é ella la que baixa a fe esta faena.

El tocino se mata en una vacía que está “culo ent’alto”. Se saca de las corraletas, se coge entre toz los que están per allí y se mete encima. Ñai dos matachíns. Después de muerto, aquí mismo s’empeza a limpiá la piel per fuera y s’acaba metén en otra vacía (ésta al drecho). Aquí s’escalda y se raspa pa sacale toz los pelos. Pa dale la güelta en la vacía, s’han metiu dos sogas per debaixo del cuerpo y estiranlas per las puntas, se fa chirá enta un lau y enta'l otro.


Esta foto é del Cafetero y la va fe un dia de la fiesta del mondongo de fa pocos años. Mos enseña como se capolaba la carne pa i preparan las llonganizas
Después se colga de la carrucha per las patas d’atrás, dixanlo a un palmo del suelo. S’acaba de limpiá y per último, con una eschelaga encendida se sucarran los pelos qu’han quedau.

Cuan está prou limpio per fuera, los matachíns, empezan a despiezalo. To la carne se va metén en dos carretillos, que ya'stán preparaus con sábanas viejas, pero limpias, pa llevalo de seguida a casa. Se corta un trozo pa’l veterinario, que mire si ñai triquina (se saca de toz los tocinos que se matan). Las tripas se las llevan al cuarto de llavalas. Solo ñai dos cosas que se tiran allí mismo a la ceclleta del desagüe: las zoquetas de las patas y la fiel. (¡Y ojo con la fiel que no se ravente pas!. Podría malmeté to la carne. É amarga)

            —Toma la visiga, pa tu—Me dice un matachín.

Yo me la miro….., y con la punteta los dedos la cojo y l’en doy a’scape a mi agüelo.

            —Guárdemela—Le digo con cara de feme poca gracia aquello
—(¡Pos si está llena de sebo per toz los laus!)—Penso.

Y’han acabau en el matadero. Ahora con to la carne pa casa. Abaixo en el repostre se dixa lo que no feiga falta de seguida. Lo de salá, lo de adobá….., lo otro se sube ent’alto a la recocina. Las mullés ya'mpezan a desgüesá y a capolá la carne pa'mbutí.

En esta foto tamé del Cafetero, se vei como se rellenan las llonganizas. Se usa la misma máquina de capolá la carne, solo qu'aquí se la sacau la cuchilla de cortá y se le mete un envasadó apropiau. Con el sinfín que lleva la máquina se va espientán la carne que se va metén per la boca.

Per toz los laus ñai carne, per toz los laus sangre, per toz los laus grasa, per toz los laus gente p’aquí y p’allá.

            —(Esto no é pa yo—Penso—Aquí no’stoy a gusto. M’en voy. Tampoco m’encontrarán a faltá….. Ya tornaré al mediodía).

Cuan viengo a la una pa comé, la faena está prou adelantada. Ñai dos barreños llenos de carne capolada pa las llonganizas, uno pa los chorizos y una caceroleta pa los salchichóns. Ahora mismo les están metén la sal, las especias, las yerbas……, güeno, toz los adobos; pa que mientras comán, veigan cogenlos. La tía Concha é la que sabe milló si falta d’esto u d’aquello. Todas le preguntan a ella.

¡Que ven mos enseña el Cafetero las llonganizas acabadas y colgadas a secá!

Alguno m’ha limpiau la visiga. Me la hinchan, la atan con una lliza pa que no’scape el aire y me la dan.

            —Toma, pa que chugez per la calle—Me dice.

Está to lo limpia que se puede, pero aun tiene algo de sebo p’el pitorro. Poca gracia me fa.

La hora  de comé é la que más me gusta de to’l día (chunto con la cena). No precisamente perque yo seiga comedó, que no lo soy brenca. É perque mos achuntán un montón de chen. Los homes que tornan aparecé, después de no veyese en to’l maitino (lo mismo qu'a yo). Las mondonguiaderas con alguno de la suya familia que viene pa no está solo en casa. Siempre ñai alguno un poqué más gracioso (u graciosa), que fa rei a los demás. Allí mos quedan los críos encandilaus sentín hablá a los grans de mil cosas.

Pa comé sa preparau una ollada de caldo del güeno. Pa después he visto que ñai una cacerolada de cosas muy raras. Me paece qu’he visto tacos de sangre, algo de tripa y hasta he sentiu que diban libiano. ¡Pero cómo se pué comé esto…., aunque l’haigan feito con salsa pa disimulalo!.

            —Mamá, yo con la sopa ya’n tiengo prou. Se m’en ha iu la fame.
            —¿Cómo te vas a quedá sólo con la sopa?. Ya te preparo una sartenadeta de carne capolada de las llonganizas, con una salseta de tomate—Me dice.
            —¡Ah, güeno!. Paece que ya m’ha tornau—Le contesto.

Pa postres, ñai feitos pastillos de carbaza y cocas.

Per la noche pa cená, sa feito un pllato de sopas pa cada uno, esquerola y después, los que quieran, del mejunje ixe tan raro q’ha sobrau del mediodía , y los que no, tortillas de patata.

To’l día, desde p’el maitino, ñai hervín un caldero en el fogaril. Se van metén y sacán, así como se van cocén, las cosas que van fen falta. Las tripas (después de limpias), el libiano, los güesos que se les ha sacau la carne, p’acabá de limpiá lo que les haiga quedau per los rincóns. Y más cosas que milló no sabé, perque muchas servirán pa fe las butifarras, que sí me gustan. Tamé he visto que s’estaban fen las coquetas, blancas y negras, pa metelas en el caldero. Me paece qu’esto é de lo último.

Per la tarde, s'embuten en los budillos las carnes preparadas pa las llonganizas, los chorizos y los cuatro u cinco salchichóns. Tamé se fan las butifarras.

Yo m’envoy a la calle que deben d’está los zagals a punto salí de la’scuela. Les dixaré la vixiga, y si alguno la quiere, que se la quede. A yo…., cuanto más lejos la tienga milló.

¡Güeno, ya s’acabau el día!. Hen cenau y antes de isene cada uno pa casa, se’stán un raté de tertulia y descansanse.

Pareciu a este era el caldero en don se feba la pastura pa los tocinos y que después serviba pa fe to las cosas del mondongo.
Solo ñai una cosa muy diferente, que éste é nuevo y aquellos estaban negros, negros del follín per fuera. Per dentro siempre se limpiaban antes d'usalos pa cosas de comé.

¡Pobres mullés!. Que día más atrafalagau han teniu. Que pesau tie que sé pa ellas el día del mondongo. ¡Ah, y no solo ixo!. Pa mi mare solo é el principio. Con alguna mullé que vendrá a’yudale, tiene que limpialo to. Fe las chiretas. Prepará la manteca y metela en la olleta pa guardala. Fe los salazóns. Más avan, fe los adobos en aceite. ¡No s’en acaba pas to la faena el día que se mata el tocino, no!. En queda güen montón pa después.

Ahora, yo m’en voy a la cama. Ya teniba ganas qu’acabase el día. He saliu farto.  Entre visigas, sangre, carne, grasas y nervios de los grans……, en he teniu prou.

Cuan se tienga que matá el otro tocino pa Febrero, le diré a la tía Juaquineta si me invita a comé y a dormí en casa d’ella. Aunque me gusta sentí hablá a los grans en las horas de las comidas, prefiero no está ixe día per casa.





                                                                                              Francho Chardiz

martes, 16 de agosto de 2011


Palomera

Bellísima vista de Palomera un día que la boira le besaba los peus. Está feita p'el cafetero desde Estadilla

A punto día, cuan el sol aun no ha saliu y ya s’está fen cllaro, si viens p’el camino Monzón enta Estadilla, y miras la linia que s’achunta el cielo con la tierra, ixo que llaman el “horizonte”, e’ñai una imagen preciosa de la Sierra de La Carrodilla. Si la recorres con la mirada empezán per Estada, allá en don la Sierra y el Cinca se dicen adiós, y vas subín  y subín, la vista se troba con picachos y vallonadas, todas suaves y onduladas. ¡É la Sierra, la nuestra Sierra!; pero patrimonio de to’l mundo.
Esta foto panorámica de la Sierra de la Carrodilla la va fe Xavier Bayle desd'el Ariño un dia que habeba pasau una tronada. Se va meté el arco iris p'encima, querén femos más hermosa la vista

En llegán a Santacún la suavidá se rompe, la montaña cae a pllomo, un tajo tremendo la corta a pico. É la parte más agreste, más brusca. Desde aquí….. los ojos se negan a seguí más a la drecha, más enta Fonz. Tremolan, s’acoquinan con la sola idea de perdé ixe “éxtasis”. ¿Per qué?. Después de Santacún ñai una mancha bllanca muy gran. L’han pegau un mueso tremendo a la montaña. Acongoja.

Ñai que torná la mirada p’atrás hasta que mos trovén otra vez con Palomera, ya qu’era aquí en don quereba parame. ¡Ay Palomera! Tan altiva, tan distinta a toz los picachos de la Sierra. Tiene una corona, al cabo de to, cortada a pico per to’lrededó. Esta corona está inclinada enta Estadilla, como si fuese un vigía que mos acompaña, un testigo del nuestro caminá.

Buñero toz lo conocen perqu’é’l punto más alto de la Sierra; pero Palomera é otra cosa. Se vei espllatera, to’l mundo la conoce y mo l’en mirau infinidá de veces. (Pero tamé mo l’han emporcau, colocanle unos monstruos de fierro a to’lrededó).

Si a lo llargo de los siglos, cada vez que se le dirigiba una mirada, y con ixa mirada habesen podiu dixá un grané d’arena encima de la corona, hoy ñabría una montaña más alta qu’el Aneto.

Ahora quereba contá una historia, que ni é historia, ni é cuento, ni é leyenda. Solo é: “Podría habé siu así”.

Cuan ya s’acababa la nuestra guerra, aquélla que va dixá tanto doló, desolación y odio, los perdedós iban marchán en riadas cara a la frontera, pa cruzá a Francia.

La corona inclinada lo justo pa comtemplá Estadilla y el nuestro caminá

Per Estadilla va pasá un misache que llevaba un macuto que pesaba prou. Él sabeba qu’en la frontera l’en sacarían, per ixo teniba pensau amagalo en bel sitio que fuese fácil de recordá y cuan habese acabau to, torná a recogelo.

¿Sería per este lau de la corona en don amagaría José el macuto, u a lo milló va sé p'el otro? ¿Pero ....va ñabé macuto?

Al veyé Palomera desde lejos, se va di qu’aquel era justo el sitio que buscaba. Va subí hast’allí y aprovechán una coveta debaixo de la cortada a pico de la corona, va esgarrapá en el suelo con el machete que llevaba, hasta fe un forau en don va amagá el macuto. Lo va tapá con tierra y piedras dixanlo to muy disimulau.

Desde aquí va seguí car’a la frontera. Va cruzá a Francia, buscán el amparo y el auxilio de los franceses chunto con otros miles de refugiaus. A toz los meteban en “campos de concentración”, que se van habilitá per to Francia. (Hoy se llamaría “campos de refugiados u de desplazados”). Las condicions de las personas en estos campos eran dramáticas, faltanles los elementos más imprescindibles pa sobreviví.

Al nuestro misache (lo butizarén llamanlo José, pa no entrafucamos), lo van llevá al Campo de Concentración de Arlés, al sur de Francia. Allí se va trobá con un paisano de su mismo pueblo, y los dos chuntos s’ayudaban como milló podeban. (A este segundo misache lo llamarén Paco). Se llevaban prou ben.

Per ixas condicions tan malas que teniban, sobre to higiénicas y alimentarias, en muchos campos se van declará epidemias de tifus. En el de Arlés tamé y José va'nfermá de gravedá. Entonces veyén que no iba a salí d’aquélla, le va di a Paco:

            —Mira, yo me muero; pero confío en ti y voy a decirte que en un lugar de la provincia de Huesca, tengo escondido un macuto con objetos de mucho valor que he ido recogiendo de aquí y de allá. Te diré donde está si me das tu “Palabra de Honor”, que lo irás a buscar cuando termine todo esto y que les darás la mitad a mis padres. La otra mitad para ti.
            —Claro que te doy mi “Palabra de Honor”. Puedes confiar en mí—Le va contestá Paco.

José como no teniba otro remedio que confiá en Paco, le va'splicá en don estaba el amagatón.

En la parte más alta de la corona de Palomera, que yo m'acorde, siempr'en'ha ñabiu una bandereta u bel tocho, como "símbolo de posesión".
Tamé ñabeba una cadolla al cabo de to, que los pastos la teniban siempre limpia y tapada con una llosa pa que no s'emporcase y no s'evaporas'el aigua y así tenine pa podé bebé cuan paixentaban per aquellos alrededos.

Algunos años después de acabase la guerra, un día al cabo tarde, va llegá per Estadilla un misache preguntán per Palomera. (Era Paco). Le van esplicá en don estaba, y sin parase, ya medio oscuro, va marchá camino de La Carrodilla enta van.

Aquella noche, en los porches de la Pllaza, no se va hablá d’otra cosa que d’aquel fulano.



Al maitino siguiente unos pocos mozos van marchá cara a Palomera, a ve si se veyeba algún rastro. No van ve ni rastro, ni a ninguno per aquellos andurrials.

¿Se va amagá el tal Paco al ve vení a los mozos? ¿Habeba cogiu el macuto y habeba disimulau ben el puesto? ¿No lo va trobá? ¿Va sé u ha siu to pura fantasía?. A lo milló esto último é la única verdá. ¡¡Que gran é la imaginación!!.



                                                                                    Francho Chardiz

lunes, 27 de junio de 2011

Malos tiempos aquellos

Fa un tiempo que va'scribí esta historia y teniba muchas dudas si era apropiada pa colgá en el blog; pero per otro lau, yo mismo me diba —¿Y per qué no?— Las crónicas  no son solo de cosas normals u bonicas, tamé ñai que contá los momentos duros.


Malos tiempos aquellos


En la memoria de cada persona van quedán recuerdos, qu'a lo milló, unos no tienen importancia y se dixan arrinconaus; pero otros, renacen con fuerza cada vez que “pasán revista al libro de la vida”.

Un llugá que se llama Estadilla, una peña que destaca y le din Montaguares, una silueta lejana qu'é El Pueyo

Va ñabé una época (pocos la pueden olvidá si la van viví), que el día a día era complicau; sobre to pa las mullés que teniban que rompese los sesos pa tení en el pllato, tres veces al día, algo de da de comé a to la familia y si a más teniban críos, tamé la merienda. Ixa era la preocupación más inmediata; pero e’ñabeba otras que no dixaban de se agobiantes. Vestí y calzá a toz, las enfermedades y sobre to las de los críos, que como se diba “lo cogen to”. Después ixos gastos chicoz de cada casa: Que si una llibreta pa la’scuela del crío, un chubillo filo, un kilo azúcar, una bombilla que se funde y mil cosas más. To lo teniban que solucioná las mullés con unos “medios económicos” ben esquifius.


Un pllato farinetas con chicharros de pan
El ñabene diez bocas alrededó d’una mesa, no era brenca raro. Viviban en muchas casas hasta tres generacions debaixo del mismo techo. Los agüelos, el hijo u hija casaus, que se les llamaba “los chovens” y sus hijos  (É curioso qu’esta palabra de “chovens”, estaba desvinculada de la edá, y en muchos casos, cuan se les nombraba, se les seguiba llamán “los chovens de casa tal”, aunque tenisen 70 años y los más agüelos habesen desapareciu). Otros miembros habituals en muchas familias eran los tions, hermano u hermana solterons de los agüelos y tamé, los hermanos solteros de los chovens. Toz viviban debaixo del mismo techo y sentaus alrededó de la misma mesa. Una mesa, que como he dicho avans, eran las mullés las que teniban que fe peus y mangas pa tenila “servida”.
Un pllato sopas con güego y un toque de romero

Esto que voy a di deseguida pa las comidas, no era qu’en todas las casas fuese así; pero la gran mayoría sí. Pa primer pllato, sopas to’l año en las tres comidas, almuerzo, comida y cena. Ya podeban felas con toz los “flloreros” del mundo: hervidas solas, hervidas con cebolla, hervidas con un güego batiu (ixo sí, solo un güego en el puchero pa toz), escaldadas con aigua, escaldadas con un crostón tostau y untau con ajo, escaldadas con el caldo del recau. Se feban hasta con leche pa postre. En todas las maneras de felas, el apaño que no podeba faltá, era'l ajo y el aceite, menos en las de leche, claro.

Una col ben maja
Alguna vez en invierno, en vez de las sopas, se feban farinetas. Si te las comebas recien feitas y con chicharros de pan frito que cruixise…. ¡Psse!, aún; pero como tardases en metete a la mesa (cosa que a los críos les pasaba casi siempre), se apelmazaba la farina, se reveniban los chicharros y aquello paeceba un flan (claro, solo en la forma, no en el gusto). Pa cená de segundo…., ¡to’l  invierno col!. Un día sí, y el siguiente tamé. Alguna vez se apañaba con una chulleta de tocino frita en la sartén. ¡Pero chiquez, ñabeba más días que chulletas!. Cuan iban venín las pellas, se iban alternán, u sea sé, que si un día tocaba el dimonio, el siguiente estaba en el pllato satanás. ¡Qué poco gustaba a los críos las verduras!...., más u menos como hoy.

Una pella
En algunas casas se meteban dos pllatos en cada comida y a corré. ¡Y aún gracias! Sin embargo en otras se comeba un tercer pllato p’al mediodía y pa la noche. ¡Éste..., éste era el que más les feba tarabaniá a las mullés! Tomate regüelto con un güego pa podé untá mucho pan, sangre con cebolla; alguna vez al mediodía un conejo, ¡tortilla de patata!, ixe día fiesta mayó.

Güeno, no quiero cansatos más con estas historias de las comidas, perque cada casa era un mundo y “si en una se comeban fabas, en otras a calderadas”. Lo que sí las “hermanaba” a todas era qu’el alimento “por excelencia”, estaba en el pan y las patatas.

Los gastos más gordos, como los de los carpinteros, los ferreros, los albañils, los guarnicioneros…. y algún otro, se liquidaban una vez al año. Ellos iban apuntán en una cuenta pa cada casa y cuan llegaba Setiembre/Octubre, después de vendidas las cosechas, se pagaban.

Ixos otros gastos más chicoz que tos he dicho avans, se iban solucionan día a día. Per ejemplo, cada semana pasaba el pielero comprán las piels de los conejos que se habeban comiu, claro, unos días en teniba pa vendé en una casa y otras semanas un’otra. Tamé, los jueves de to’l año veniba el pollero a Casa Burrel. Teniba como “representante” al Siño Pepito Greña, que toda la semana iba comprán conejos, pollos, güegos y algún pato qu'otro.



Llegaba de Barcelona con una camioneta cargada con unas jaulas vacías muy curiosas. Eran llargas y anchas pero poco altas. Estaban divididas en compartimentos y cada uno teniba una puerteta p’encima pa meté en dentro los animals vivos. Toda la jaula estaba feita de mimbres entrecruzaus.

Pa salímene d’esta paliza que tos he metiu, voy a contatos una historieta muy curiosa y que refleja prou ben las estrechuras en que se viviba.

Una cuadrilleta de zagals van acordá fe una “fiesta” y convidá  a las zagalas. Van decidí que fuese después de dos semanas, p'así podese prepará. El sitio don fela sería en Mazas. Comprarían una caja galletas y una botella de Moscatel. (Estos eran toz los “ingredientes” necesarios pa fe una “gran fiesta”). Se pagaría a’scote entre los siete u ocho zagals, las zagalas gratis.

¡A chiquez!, aquí van empezá los cambalaches que teniban que fe cada zagal pa tení las perras pa ixe día. Alguno l’en van pedí a sus pares, otros lo van sacá de la hucha, y otros se las van apañá como van podé. Pero va ñabé uno, que ven los problemas que sentiba cada día en casa con los dinés, no se va atrevé pas a pedilo a sus pares y tampoco sabeba d’on sacalos. Tamé estaba el “asunto” del Moscatel, que no s’isen a pensá en casa, que se podeban emborrachá.

Entoces se le va ocurrí cogé un güego del ponedó de las gallinas cada día, d'ixa forma no se notaría, y lleválene al Siño Pepito Greña cuan en tenise media docena. (Ya sería ben poqueta cosa la necesaria p’arreglase, si ñabeba prou con media docena güegos. Pero pa él, era una montaña).


Igual que éste era el futbolin del Bar Azul

Pos güeno, la vispra de la fiesta teniban qu'apoquiná cada uno su parte. El zagal va cogé la media docena güegos que teniba en un amagatón; se meté tres en una pocha de la chaqueta y los otros tres en la otra y s’en va a llevalos al Siño Pepito (claro, como si fuese su mare el que lo mandaba); pero con tan mala suerte que no estaba en casa en aquellos momentos.

            —Güeno, m’en iré a da una güelta hasta que vienga.

En la calle Mayó s’encontra con tres amigos.

            —Tiengo una peseta, au que mon irén a chugá una partida al futbolín—Dice uno d’ellos.
            —Vale.

El futbolín lo teniban en el bar de Casa’l Maturro de la calle Mayó (El Bar Azul). Estaba en el patio de la casa pa no’sturbá con el ruido a la chen del bar.

Se van meté a chugá…¡y el zagal con los güegos en la pocha!. A to esto, que pa chutá fuerte una pilota, le d’a la barra del futbolín pegán un brinco. ¡A te gibo!..... uno de los güegos sale disparau de la pocha y s’escllafa contra el suelo.

Se va quedá del coló del papel. To amuinau. ¿Ahora qué? ¿No voy a i a casa del Siño Pepito con solo cinco? ¿Qué pensará?

Las perras que las necesita p’aquella noche misma y sin sabé como apañaselas. Al final decide ísene enta casa y esplicale a su mare toz los “sufrimientos y quebrantos” qu'habeba pasau aquellos días.

            —Mamá… yo… te quereba di, pos… que—Y l’en va contá to.
            —Mira, cuan te pase una cosa así—La mare to comprensiva y cariñosa—Viens y me lo contas, qu’entre los dos lo arreglarén. Toma los dinés y que lo pasez ben.
            —¡Uuuuy, tan fácil qu’ha siu! Y yo devananme los sesos quince días—Va pensá el pobre zagal.

Este é el camino del cementerio desde don las zagalas se mon feban la burlla después de dixamos pllantaus.
Van comprá la caja galletas y el Moscatel en Casa Miguelé, y el domingo, como habeban quedau, van marchá los zagals a Mazas; pero las zagalas los van dixá pllantaus y no van queré baixá, y después a más, desde el camino del cementerio, les feban momos, mangas y chirigotas.

Güeno, aquí acabo este cuento en “dos actos”; pero con un mismo espritu y que de cuento tiene poco y de realidá mucha.



                                                                                                          Francho Chardiz

sábado, 4 de junio de 2011

Dos cazados muy especials

Dos cazadós muy especials

Esta e la Calle Mayó qu'hablo en esta historia, muchismos años después.
É una foto que va fe Xavier Bayle con el suelo muixau de llové.
Hoy ya casi no'n quedan pas de tiendas como avans. (Una u dos como mucho).
En esta puerta primera de madera a la izquierda, estaba la tienda Miguelé (Pastelería y "Ultramarinos"); a la drecha, casi'nfrente, la tienda Serafín (Sastreria-Mercería-Papeleria Loriente). En ixa'squina de la izquierda, qu'ultimamente estaba la tienda de las Llanas, entonces estaba la carnicería Rasé. Más abaixo, en don está ixa lluminaria, a la izquierda, la tienda de telas del Siño Enrique, "El Barato".
Y así hasta el Portal...., más y más tiendas.

Todas las noches antes de i a cená, los mozos del pueblo se reuniban pa fe la charradeta en los porches de la Pllaza, a’lau de la coluna que fa’squina entre’l Ayuntamiento y la Calle Mayó. Allí feban corro, unos sentaus en las escaleretas y otros de peu, enfrente del escaparate de la tienda Menal.
Sitio en que se reuniban los mozos en la pllaza pa fe la charradeta.
Estos son los porches de la Pllaza. En el segundo arco contán per abaixo, en don están las dos escaleretas, (que no é arco; pero como si lo fuese), era en don se sentaban algunos mozos. Los otros s'estaban de peu.
Hoy las escaleretas son de cemento u baldosas u lo que seiga, entonces eran de llosas.

Se repasaban los acontecimientos del día y se opinaba pa cuan se teniban qu’esquilá las güellas, u cuan empezá a segá el ordio, u si estaban en condicions las ugas pa'mpezá a vendimiá. Güeno, aquí s’opinaba “sacán pecho”; pero los que decidiban de verdá cuan se teniban que fe las cosas, eran los agüelos de cada casa.

Pero…., ellos eran los “jueces absolutos” en una cosa: Cuan se hablaba de las mozas del llugá, y este trocé de tertulia no podeba faltá ninguna noche. Pensaz que casi todas las tiendas del pueblo estaban en la Calle Mayó. La hora pa salí a comprá, era precisamente ixa de pllantase los mozos en la Pllaza y que las encargadas de i-ye a fe ixa faena eran las mozas, güeno, u se las apañaban ellas pa se las encargadas de felo. La mayoría buscaban los callizos que daban a la Calle Mayó, pa no pasá per los porches, aunque tenisen que da una güelta más llarga. Pero siempre ñabeba alguna más flamenca (ixo sí, fense acompañá per un’amiga), que pasaba per debán de los mozos como desafían, u milló dicho, pa sentí los “requiebros” que les tiraban.

Una d’estas noches s’estaba hablán de caceras. En castellano, los sitios que se fan tertulias, se llaman “Mentideros”. Per algo debe se. Pos como digo, allí estaban cuatro u cinco  cazadós hablán de furons, de cochos, de conejos, de perdices y d’escopetas; habé qui la “cllavaba más gorda”. Entre los que feban corro escuchán, estaban Ceferino “Poca Solta” y Juanón “El Plluma”, dos amigos muy amigos, que siempre iban chuntos a toz los laus.

Entre matollos, romeros, tremoncillos, eschelagas y cenollos; se pensaban que les saldría "pelo u plluma".
A Ceferino, lo de “Poca Solta” l’en van meté perque siempre en soltaba alguna a “tres cuartos pa las once”. Y a Juanón, lo d’“El Plluma” le veniba de más enta tras, de cuan era crío. Se vei que cuan saliba a cazá gurrions con la fona, seguntes “estadísticas prou fiables”, de cada 50 piedradas que pegaba, por lo menos en una “llevantaba plluma”; aunqu’el mixón siempre saliba volán. Güeno, es que “llevantá plluma”, demostraba qu’el tiro iba ben dirigiu.

Cuan el corro de mozos se va desfé aquella noche, y cada cual s’en iba pa casa; estos dos amigos se van quedá rumián si no sería mala cosa probá a fese cazadós. Ceferino va di qu’en casa d’él, ñabeba en un amagatón en la falsa, entre los cañizos y las tellas, un embolicón con una'scopeta d’un caño con cartuchos de cualquiera sabe cuan. (Lo menos era de los tiempos de la guerra del francés. ¡Casi nada!).

—Pos en casa tamé ñai una escopeta de dos caños de los tiempos de mi agüelo, d’aquellas que llevaban dos martillos pa dispará—Va di Juanón.
—Oye, pos to arreglau, las limpián ben y cualquier día salín al monte a probá.

Cuan lo teniban to preparau, menos el cocho, que no’n teniban pas ninguno de los dos; a punto día, y con el almuerzo y la bota en el macuto, van encará el camino de la Carrodilla enta van.

            —¿No sería milló i per monte a través pa ve si fan llevantá plluma u pelo?.
            —¡Ah, güeno, güeno!, díxalo, díxalo, que p’el camino é más cómodo.

Van i subín, charra que te charra, sin veyé nada y las escopetas al hombro como s’isen de paseo. ¿Cómo iban a veyé nada?, si con la charrameca que llevaban, la caza los olisquiaba de lejos.

Al llegá a la sierra Mesalleta, d’un matizo sale corrén un conejo.

            —¡Mira, mira, Juanón, un conejo!.
            —¿En don, en don?.
            —Pos astí en ixa faixa. Ya s’h’amagau. ¿Qué no las visto?.
            —¡¡Pero que puñetas si le visto u no!! ¿Cómo no las disparau tu?—Dice Juanón.
            —Pos…,pos…. No sé. Pensaba que si tirabas tú, tendrías milló puntería.
            —¡Esto no lo contes en la Pllaza ni en broma!. Que se mon reirán.

Asi'stá hoy la Fuente Rosalía, ¡seca!. No mana. Solo lo fa alguna vez cuan llueve mucho y muchos días seguius, pa torna a secase pa'l verano.
¡Que poco se paece a'quellos tiempos que no se secaba may!

Aquí mismo van torcé per la crencha d’encima de la sierra Hilario pa i a salí a la fuente Rosalía. Ya de lejos se sentiba el chorro del aigua manán. ¡¡Que musiqueta más maja feba!!. Se sentan y sacan del macuto los almuerzos. Entre mueso y tiento a la bota, se llamentan de lo fácil que habese siu “incorporá” un conejo al “historial”, aun vacío, de cazadós.

Desde la fuente Rosalía, deciden baixá p’el barranco Santacún, en don a veces se vei algún trucazo, y subí después pel pasé el Ronco a salí a Montes y Valles y per la sendeta, i a pará al Terrero y por fin a Estadilla.

Un chinebro cargau de boletas. Per la Sierra abundan.
“Dicho y hecho”. Arrancan car'a Santacún, pensán que la misión d'aquel día é meté algo en el macuto…, a más de la bota vino. Los ganaus de güellas y crabas subiban mucho per las sierras, per ixo el barranco estaba prou limpio pa pasá, sin demasiaus esturbos.

Garrabera. Tamé abundan per la Sierra, pero en sitios con algo más de humedá.
Cuan llevaban medio barranco recorriu, al chirá una regüelta deciden sentase pa descansá y a la vez, dale un tiento a la bota. Como casí to’l camino, que ya feba algunas horas que duraba, seguiban charra que te charra.

—Astí entre medio de las ramas d'ixe llatonero, lo que se vei, ¿no é la cabeceta de una tórtola o un trucazo?.

El uno que si sí, el otro que si no, que lo paece, que no lo paece. Brrrrrrr….arranca a volá una tórtola.

—¡Pero que dimonios están fen!. Vaya par de cazadós de las narices son. Primero habesen teniu que dispará y después discutí.
—Me paece que esta cacera se mos tendrá que quedá quieta en la mollera sin podela contá.
—Oye—Dice Juanón—Las tórtolas muchas veces van en pareja. ¿No s’habrá quedau la otra en el llatonero?.

Brrrrrrr…..arranca a volá la segunda tórtola, y las escopetas mudas.

Tórtola

¡Vaya cara de pasmaus se les va meté a los dos!. Si los punchan no sacan gota sangre. To mochos, se llevantan y siguen caminán. Cuan llegan al salto’l Llobo, suben per un lau la senda, pa torna a baixa p’el otro. (Pa seguí p’el barranco abaixo, ñai que fe este ceribeque). Al llegá enfrente del pasé el Ronco, empezan a subi-ye. (Que maravilla, que ben conservau está el empedrau feito a mano de cualquiera sabe que tiempos en la parte alta del paso).

Ya un poco más animaus al v'el monte abierto y pensánSeguro que per aquí tie que salí alguna banda perdices.

Perdiz
Y así va sé, tal como imaginaban va pasá. No llevaban mucho rato caminán que arranca a volá una bandadeta prou apañadeta.

Las escopetas to’l tiempo las habeban llevau al hombro y solo las sacaban cuan se sentaban. ¿Pa qué?. Era más cómodo llevalas así. Pos ixo, coge Ceferino to aprisa y corrén, la saca, y con tan mala suerte, que se l’enreda la correa en un matizo, se l’envolica per las piernas y se pega un talegazo que per poco se rompe la crisma. Juanón, que no sabe a quí acudí, si a Ceferino u a las perdices. Total, que volán car’abaixo como lo feban, pronto no va tení qu’escogé a don acudí.

Después de tantos percances ya van cogé el camino sin ánimos de nada y van enfilá cara a casa.
Desde el Terrero van ve Estadilla como refugio y fin d'un día que los habeba dixau baldaus.

—Esta noche en la Pllaza, si alguno pregunta, en de di que ni mos en visto. Que tu has iu al LLastro y que yo viengo d'Estada. Menudos son los mozos pa dixá pasá una ocasión de pitorreo como sería ésta.

Las escopetas sin pega un tiro, cansaus como burros y encima, uno per poco s’estricalla. Van cogé las escopetas y las van torná don estaban, al amagatón de casa del uno y al arcón de casa del otro, y las ganas de fese cazadós van desaparecé pa siempre jamás.




                                                                                              Francho Chardiz